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Queremos un mundo en el que la cultura sea sostenible, accesible y estable


Antes de la pandemia:

Tras la crisis de 2008, los datos de empleo cultural y de creación de empresas culturales empezaban a dar tranquilidad a este sector. Si bien, las condiciones de precariedad de muchos de los trabajadores del ámbito de la cultura eran una cuestión preocupante, iniciativas, como por ejemplo, el desarrollo del ‘Estatuto del artista’ comenzaba a dar esperanza respecto a un apoyo institucional hacia los creadores.


Desafortunadamente, estas medidas no han podido verse consolidadas debido al parón que ha supuesto la crisis de la Covid-19, y las previsiones advierten que la situación del sector cultural en esta nueva crisis podrá tener peores consecuencias que las causadas por la anterior. Esta situación es especialmente grave para los creadores autónomos y para las PYMES. No olvidemos que la mayoría de las empresas culturales de nueva creación tienen entre uno y tres empleados y actúan como proveedores de la Administración Pública, desde la mediación cultural hasta la prestación de servicios en la programación de artes escénicas.


Por otro lado, la cultura está sometida a una dictadura de los números. En la actualidad, el modelo de valoración de éxito de los programas culturales es medido en el número de visitantes, asistentes y en su recaudación, sin reparar en otros indicadores como el impacto de ese programa en su entorno. Así, por ejemplo, en el sector museístico, los museos más reputados son los más visitados, convirtiéndose en la piedra angular de un consumismo cultural masificado. Esto ha llevado a exposiciones temporales de alto coste y temáticas manidas, con el fin de atraer al mayor número de público. Por otro lado, el intercambio de obras de arte para exposiciones temporales ha sido clave en la política museística de los últimos años, sin embargo estos movimientos son los más perjudiciales en la conservación de los bienes culturales. Aún no sabemos el daño que estamos infligiendo a las obras de arte (el tiempo lo dirá).


Esta tiranía de las cifras se refleja también en otros sectores, como en el editorial, las artes en vivo, o en la industria cinematográfica. Lo que supone una dificultad añadida para los nuevos creadores a la hora consolidarse profesionalmente en el sector cultural. La búsqueda de un producto monetizable y el retorno económico priman, en muchas ocasiones, por encima de la originalidad de la creación artística.


Otra de las peculiaridades del sector cultural es su concentración en grandes núcleos poblacionales, con un contenido y un enfoque mayoritariamente urbano y “mainstream”. Esta realidad, tan basada en las grandes ciudades, ha generado un movimiento reaccionario que revindica la descentralización cultural, la defensa y la recuperación de otros modelos culturales.

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Durante la pandemia:

Esta situación de confinamiento ha demostrado el gran valor e impacto que tiene en nuestras vidas la cultura. Se puede decir que ha habido un descubrimiento generalizado de que la cultura es un bien de primera necesidad, al servicio de la sociedad, no como ocio exclusivamente, sino como terapia, como evasión o como medio de reflexión.


Ya que parte importante del disfrute de la cultura en nuestra sociedad implica una experiencia colectiva (festivales de música, una proyección de cine, una representación teatral…), la realidad del confinamiento ha forzado un cambio radical en nuestra manera de entender, disfrutar y compartir la cultura.


Por ello, todos los agentes se han volcado, con inmensa generosidad y creatividad, para ofrecer contenidos culturales de acceso online. Los artistas se han autoorganizado, ya sea publicando contenido gratuito, organizando conciertos, recitales de poesía, charlas en directo o creando obra puesta a la venta o subastada, cuyos fondos se han donado a los afectados por la Covid-19. El esfuerzo por digitalizar contenidos ya existentes por parte de las instituciones y por crear programas digitales con temática cultural está siendo un ejemplo de superación constante.


Esto, en parte, continúa la senda de implementar el acceso al contenido cultural en las zonas rurales, alejadas de las grandes urbes, como ya hicieron las plataformas digitales como Filmin o Spotify.


Pero esta situación también ha agudizado la precarización del sector. Las pequeñas y medianas empresas están en una situación límite. Mucho pequeño comercio como algunas librerías no van a poder reabrir, y en cuanto a los creadores autónomos, gran parte ha dejado de facturar y ha visto cancelados o mermados sus proyectos.


Atendiendo a los museos, durante una temporada van a tener que olvidarse de exposiciones multitudinarias y de salas abarrotadas de gente. Además, la caída del turismo afectará a los ingresos por las entradas. Por no hablar del préstamo bibliotecario o la consulta en archivos históricos, que deberán tomar medidas nunca vistas para prevenir el contagio entre sus usuarios.


En artes escénicas, la reducción de aforos plantea la cuestión de si es viable para los teatros programar espectáculos con un público escaso.


Urge buscar un modelo sostenible, accesible y estable en el tiempo para los creadores y las instituciones, pues la cultura es un bien de primera necesidad.


En un momento repleto de incertidumbres, en el ya de por sí inestable mundo de la cultura, nos tocará dar respuesta a infinitas cuestiones de las que nos permitimos destacar las siguientes.

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Preguntas para repensar otro mundo posible:

  1. Como se ha mencionado anteriormente, el sistema que impera en cuanto a valoración de programas culturales se basa en las cifras, tanto de visitantes y asistentes como de recaudación económica. No obstante, en un artículo publicado en el periódico El País el pasado 13 de abril de 2020, Miguel Zugaza, actual director del Museo de Bellas Artes de Bilbao afirma que “los museos turísticos se resentirán sin duda a corto plazo, pero seguramente les ayudará a reencontrarse con su alma más pura, alejada de los intereses mercantiles y materiales”. ¿Lograremos cambiar la manera de medir el éxito de los programas culturales, dejando a un lado la parte cuantitativa, en favor de la experiencia del público? ¿Se conseguirá una forma de valoración que atienda al impacto en la cohesión social, en la riqueza cultural y/o en la innovación?

  2. En relación con el epígrafe anterior, con la llamada “nueva normalidad” ¿se cambiará el modelo de turismo cultural de masas por uno más sostenible y dirigido a un público local? En el ámbito de la programación ¿se apostará por la cultura de kilómetro cero, visibilizando programas y artistas más locales y menos internacionales? Y a la hora de consumir ¿el consumidor apoyará el pequeño comercio como, por ejemplo, las librerías?

  3. ¿Hasta qué punto un acceso gratuito a material virtual es sostenible para los creadores a largo plazo? Una vez superada la crisis ¿Debería permanecer el acceso gratuito a los contenidos digitales que se han liberado en este periodo? Conciertos, obras de teatro, visitas virtuales…

  4. Esta experiencia virtual remite al viejo debate del lugar que ocupa la obra de arte original frente a la contemplación de una reproducción o de una copia. O en este caso, de la experiencia vivida al contemplar en directo una obra artística frente la asistencia virtual. Lo que nos lleva a pensar ¿Qué lugar ocupará a partir de ahora la realidad virtual como solución a la asistencia en grandes citas culturales? ¿Conseguirá esta realidad virtual ofrecer una experiencia de calidad?, ¿o no conseguiremos sustituir esa experiencia única que se siente al ver una obra, un concierto, o un espectáculo en vivo?

  5. Y por último, aunque no por ello menos importante, cuando recuperemos la libertad de movimiento y se ponga fin al confinamiento ¿seguiremos viendo la cultura como un bien de primera necesidad en cuanto la sociedad pueda volver a ocupar su ocio con el consumismo?


Puedes descargar la Guía completa pinchando aquí.

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